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  1. La experiencia Erasmus

    May 14, 2012 by viobella

    El pasado viernes se celebraba el 25 aniversario del programa Erasmus y tuve el honor de ser elegida junto a otros 24 compañeros para ilustrar con mi experiencia lo que supone esta beca para el desarrollo personal y profesional. En la publicación oficial se incluye un resumen del artículo con el que gané el concurso, pero quiero compartir aquí el texto íntegro. Se excede un poco de la extensión habitual del blog, pero espero que os interese:

    Ya han pasado más de seis años desde que estuve de Erasmus en Alemania. Como siempre ocurre en los buenos momentos de la vida, parece que hace muchísimo ya que me he convertido en una persona diferente pero, a la vez, me parece que fue ayer cuando llegué cargada de maletas al aeropuerto de Munich.

    Yo quería irme al Reino Unido. Como estudiante de TeI de inglés, mi objetivo era practicar ese idioma y conocer esa cultura. Sin embargo, el destino quiso que de las diez opciones a nuestra elección consiguiera justo la última. La última y la única a Alemania.

    El alemán era mi segunda lengua de estudio y hasta llegar a la Universidad de Granada no sabía ni una palabra en alemán. Al tratarse de una carrera de lenguas, a los estudiantes de TeI se nos permite irnos de intercambio desde el segundo curso y es cuando la mayoría de nosotros con 19 añitos escogemos embarcarnos en esta aventura. No es de extrañar entonces que cuando llegué a mi residencia en Regensburg y las llaves no abrían, no fuese capaz ni de decir por el portero en alemán: ¿me podéis abrir la puerta?

    Los primeros días fueron muy duros: el idioma, el tiempo, las diferencias culturales, estar tan lejos de la gente a la que quieres… Pero este malestar duró solo unas semanas puesto que al comenzar el curso preparatorio conocí a decenas de estudiantes de todo mundo en mi misma situación. Puedo decir sin lugar a dudas que, hasta la fecha, ese mes de septiembre de 2005 fue el más divertido de mi vida. La Univesidad de Regensburg nos dio muchísimas facilidades y hasta nos asignó tutores para que nos guiaran en estos comienzos: visitas a Neuschwanstein, Walhalla y Oktoberfest, noches en los Biergarten de la ciudad, fiestas de todo tipo…

    Para culminar la bienvenida, asistimos todos juntos a la fiesta de inicio de curso que se realizaba en el mismo auditorio del campus. Un grupo bastante conocido en esa época dio un concierto muy animado y luego siguió la fiesta con varios DJ. Lo que más me llamó la atención fue que la fiesta no se limitaba al auditorio, sino que se extendía por toda la universidad. En los mismos pasillos donde a partir del siguiente lunes entraríamos a las distintas clases era donde ahora estaba la gente bebiendo y bailando.

    Tras este mes de ensueño llegó la realidad: el primer semestre en una universidad alemana. Con mi poco nivel de alemán, eran toda una odisea las clases como Documentación o Civilización Alemana. En Information Retrieval (que era como se llamaba la asignatura equivalente a Documentación) aprendimos las fórmulas matemáticas de Google. Pero con mi poco nivel de alemán, yo en las clases solo entendía cuando el profesor ponía ejemplos como «perro» o «gato». Por suerte, en la universidad muchos docentes tienen un buen nivel de inglés y me dieron la posibilidad de hacer el idioma el examen final. Fue una gran ventaja, pero también me supuso muchas horas de preparación ya que tuve que traducir 70 folios de temario del alemán a inglés.

    En Civilización Alemana no existía la opción de hacer el examen en inglés ya que, además de valorar nuestros conocimientos sobre la cultura, tenían en cuenta la expresión en alemán al tratarse de una asignatura de la especialidad de alemán como lengua extranjera. En el examen final consistía en una redacción de tres páginas en alemán sobre el temario del semestre. Mis buenos amigos me hicieron el favor de redactarme textos con lo que yo les iba diciendo en español y los memoricé palabra por palabra teniendo solo una vaga idea de lo que significaba lo que tenía que escribir. Finalmente conseguí aprobar con nota, después de contar una por una que no me había dejado ninguna palabra fuera: 314.

    Pero no todo fueron clases. Estudiar en un campus universitario es una experiencia totalmente diferente a mi facultad del centro de Granada. Con más 20.000 estudiantes, era normal encontrarte con caras conocidas en cualquier lugar del campus y siempre había alguien dispuesto a pasar un rato contigo en la cafetería, comer juntos en la Mensa o ir a la piscina del Sportzentrum. Si algún alemán quería practicar su alemán, sabía a dónde ir: a la cafetería donde, entre clase y clase, nos pasábamos los días jugando a las cartas y, si era viernes, aprovechándonos de las máquinas expendedoras de cerveza de medio litro a 1,20 €. Baviera, sin lugar a dudas, sabe cómo promover uno de sus bienes más preciados.

    El invierno fue duro, pero localicé todos los pasadizos subterráneos del campus para no tener que salir nunca entre clase y clase al gélido invierno alemán. En la parte central incluso había un lago que se congelaba en invierno y podíamos hacer patinaje sobre hielo sin salir de la universidad.

    Mi estancia, como la de mis dos amigas de Facultad, en un principio iba a ser solo de cuatro meses. Pero después de aguantar -20º y nieve cada día queríamos conocer esta ciudad bajo otra perspectiva: la de la luz de primavera. Tomada la decisión, movimos Roma con Santiago (o más bien Regensburg con Granada) y conseguimos quedarnos hasta que acabara el segundo semestre, nada más y nada menos que en agosto.

    Sin embargo, tener exámenes en agosto tenía una parte positiva: el Semesterferien. ¿Y qué significa esa palabra tan rara? Pues dos meses de vacaciones. De febrero a abril éramos totalmente libres y cada uno lo empleó como quiso: volver unos días a casa, hacer el Interrail, viajar a países lejanos, quedarse a disfrutar de Regensburg sin clases… En mi caso fue un poco de todo, pero lo que recuerdo con más cariño es el viaje que hice con mis dos amigas a Italia en 10 horas de tren desde Alemania.

    Ya en Roma, nos acogieron unas chicas de Granada que estaban allí de Erasmus y pudimos comprobar que la vida Erasmus en Italia era muy diferente a la nuestra en Alemania: fiestas en un barco hasta la madrugada, talleres en casas okupa (que en Italia son legales al convertirlas en centros sociales), certificados de la universidad para poder entrar gratis en los museos… Y, sobre todo, la facilidad de comunicarte con todo el mundo y aprender el idioma más rápidamente. No cambiaría mi experiencia en Alemania por nada, pero tampoco me importaría haber estado una temporada de Erasmus allí.

    De vuelta en abril decidí aprovechar al máximo la oportunidad de estar en una universidad con un departamento de lenguas eslavas tan completo. El ruso es mi tercera lengua de estudio, pero me encanta aprenderla poco a poco con su alfabeto cirílico, su pronunciación y sus tradiciones tan diversas. Las clases de conversación eran mis preferidas, sobre todo cuando hacía sol y nos salíamos al césped a darla allí. Esto ocurría dos veces al mes como mucho, ya que el 30 de julio incluso nevó dejando los coches cubiertos con un fino velo blanco.

    En agosto llegó por fin el buen tiempo (a la alemana) pero también los exámenes y las temidas despedidas. Las partidas de cartas se trasladaron al césped, que siempre estaba lleno de alemanes que, sorprendidos por el buen tiempo, querían aprovechar cada rayo de sol.

    Las despedidas sirvieron como excusa para juntarnos todos por última vez, aunque me alegro de haber sido de las primeras en dejar Regensburg, ya que es muy duro decirle adiós uno por uno a esos compañeros que lo han sido todo para ti durante todo un curso con el miedo de no volver a verlos. Pero lo bueno de la Erasmus es que no termina con el curso, está contigo para siempre.

    Tengo amigos que en su Erasmus conocieron al amor de su vida y ya incluso han formado una familia. Sin embargo, yo solo tenía 19 años cuando estuve en Alemania así que las repercusiones fueron más sutiles pero no desmerecen en nada.

    La consecuencia principal de mi estancia Erasmus en el apartado personal es que gracias a esos meses puedo decir que tengo amigos de verdad en muchos lugares del mundo. Pasado el tiempo muchos compañeros de experiencia van desapareciendo de tu vida, pero los que se quedan son con los que podrás contar para siempre. Puede que conocer a alguien de Erasmus sea la mejor forma de saber de verdad quienes son. Al encontrarte en un país diferente al tuyo con gente nueva, no estás condicionado por el qué dirán o tus propias circunstancias personales. Al volver cada uno sigue su camino pero los momentos vividos juntos se quedan contigo para siempre.

    La forma más fácil de conocer una cultura es a través de las personas y sus experiencias vitales, y yo pude aprender mucho en este sentido. De Alemania me impregné con la propia experiencia pero también pude conocer la realidad de los países de los que venían mis amigos Erasmus.

    En el tren camino al Oktoberfest me senté al lado de mi amigo mexicano y estuvimos hablando de nuestra forma de ver la vida y de entender el mundo. Por casualidad surgió un comentario sobre el día de la Hispanidad que era por esas fechas y tuvimos una larga conversación sobre el colonialismo y el papel de España en la evolución de México. Sinceramente nunca había considerado el descubrimiento de América desde ese punto de vista ni conocía el resentimiento de muchos latinoamericanos hacia nuestro país. Esta experiencia me sirvió para no tomar por sentado la información que tenemos sobre los acontecimientos históricos y tratar de documentarme con diversas fuentes.

    Asimismo, uno de nuestros compañeros era del Ulster y sentías escalofríos escuchar en primera persona las historias sobre atentados o el odio tan extremo entre los mismos vecinos. La entereza de una persona tan joven que ha pasado por tanto me servirá como ejemplo para siempre.

    En esa línea, en nuestro grupo de amigos había también personas de Cataluña y del País Vasco, que nos enseñaron a comprender el nacionalismo y las diferencias que existían entre su cultura y la nuestra. Además, ellos aprendieron a echar por tierra muchos de sus estereotipos sobre los andaluces y a darse cuenta de la evolución de nuestra región. En este sentido, la Erasmus te hace mucho más tolerante y abierto a las ideas distintas a las propias.

    Al ser de Traducción de inglés, no conocía a las compañeras que me acompañaron en esta experiencia ya que eran casi todas de la especialidad de alemán. Por suerte hicimos migas desde el principio y, a la vuelta a Granada, se convirtieron en un apoyo fundamental en mis últimos años de licenciatura. Acostumbrada a salir con la misma gente de clase o de mi residencia, gracias a mis nuevas amigas, pude conocer una Granada diferente y aumentar mi número de amigos considerablemente.

    Además, en esos años intenté no alejarme demasiado del ambiente Erasmus y la mayoría de mis compañeros de piso fueron extranjero. A ellos traté de ayudarlos lo máximo posible y hacerlos sentir como en casa, puesto que es lo que agradecía cuando la extranjera era yo. Recuerdo que el primer día que cogí el autobús (el último de la noche) en Regensburg para que llevara a la residencia me confundí de dirección y la señora conductora que no hablaba ni una palabra de inglés fue tan amable de llevarme directamente a mí sola al acabar la ruta a mi puerta. Gestos así te llegan al alma y hay que tratar de compensarlos de alguna manera con los Erasmus en Granada en una situación de necesidad como esa.

    Los momentos malos, que también los hubo, te enseñan a crecer y ver el mundo desde otro punto de vista: aprendes a relativizar los problemas y a ver más allá. Tras enfrentarme a las dificultades de vivir en un país tan diferente y verme obligada a salir adelante por mí misma, ahora estoy segura de que tengo la fortaleza para superar cualquier cosa.

    En cuanto a las consecuencias profesionales, todo comienza con el gran número de créditos que conseguí hacer en Alemania. Por ellos pude completar la licenciatura de Traducción e Interpretación en los años establecidos y, gracias a mis buenas notas globales, conseguí una plaza como auxiliar de conversación en Londres. Además, durante la Erasmus no solo aprendí alemán, sino que también mejoré mucho mi inglés y adquirí bastante soltura en este idioma, lo que me facilitó las cosas a la hora de vivir y trabajar en Londres. Finalmente cumplí mis objetivos: en la Erasmus aprendí casi desde cero otra lengua y, gracias a mis notas, pude vivir en un país de habla inglesa.

    Este dominio del alemán me permitió utilizarlo como idioma de trabajo y me consiguió mi primer empleo real relacionado con mi licenciatura. La empresa de traducción en la que estoy trabajando actualmente buscaba a un traductor que pudiera trabajar desde inglés y alemán. En este trabajo también tendré que tratar con personas de todo el mundo en un registro formal y creo que puedo hacerlo con tanta soltura gracias a toda la burocracia que tuve que solventar en mi año Erasmus. Además, en la Erasmus te ves obligado a integrarte con rapidez en una sociedad desconocida para ti y hacer contactos con facilidad así que me ha ayudado a encajar bien en los grupos de trabajo y a relacionarme con mis compañeros.

    Por otra parte, durante mi experiencia Erasmus tuve la excusa perfecta para escribir mi primer blog. Años después conseguí un trabajo escribiendo un blog cultural y ahora escribo por afición.

    Los contactos personales son lo más valioso de la Erasmus. Además de ser un apoyo esencial durante ese tiempo y, algunos de ellos, también después, para una traductora es algo esencial poder contar con nativos de tus idiomas de trabajo para consultar cualquier duda o que te ayuden a instalarte en su país para trabajar allí.

    Asimismo, no han faltado las ocasiones en las que algún amigo traductor que conocí en Alemania me ha pasado un trabajo, ayudándome inestimablemente a pagar las facturas. En esta época de dificultades económicas en la que nos ha tocado vivir, tenemos que echarnos una mano unos a otros para seguir adelante y no perder el entusiasmo por nuestra profesión.

    Como conclusión, la Erasmus es una experiencia que debería ser obligatoria en todas las carreras universitarias ya que sus repercusiones positivas se extienden mucho más allá de las puramente lingüísticas: te prepara para el mundo globalizado actual y te enriquece como persona.

    Y en mi experiencia particular, es normal pensar que haríamos las cosas de forma diferente si volviéramos atrás, pero yo no cambaría nada ya que esta experiencia me ha convertido en quien soy hoy.

    B.